domingo, noviembre 05, 2006

Los inicios. 4ª parte.

No sé cuanto tiempo pasó desde que perdí la virginidad hasta que fui, ya de noche y sólo, a un sitio de ambiente de verdad. Y es que estoy rememorando aspectos homosexuales de mi bisexualidad de unos 10 años atrás.
Tan sólo sé que el lugar se llamaba Martin's. Una discoteca que en la parte de abajo tiene la pista de baile, y subiendo al piso de arriba, una sala de video porno bastante grande con un cuarto oscuro. El porno me encanta y los cuartos oscuros me dan un morbo tremendo. Así que si fui a parar a este sitio, no era de casualidad. Había mirado meticulosamente guías gay que se incluían o bien en las revistas porno, en las guías de la ciudad o bien en Internet.
Lo que hice aquella primera vez fue algo que repetiría en numerosas ocasiones, así que lo contaré como un "modus operandi".
Lo primero en que me fijé a parte del local en sí, era en el tipo de gente que había. La variable era extensa, pero el común denominador eran hombres maduros, de 30, 40, 50... Había noches en que jóvenes y maduros se repartían protagonismo por igual, pero no siempre.
En aquellos primeros días, la verdad, prefería encontrar a chicos jóvenes, caras y cuerpos guapas y esbeltos. Pero tan sólo era un deseo de los muchos que corrían por mi mente.
Sólo llegar, me pedía mi copa y mientras la consumía en compañía de tabaco, me sentaba en la sala de películas porno a deleitar mi vista con aquellas fantásticas películas de sexo salvaje entre hombres, en una pantalla gigante. Se me ponía la polla tiesa al momento. Y después, cuando ya no podía más, cuando sentía que mi cuerpo se iba a morir si no le daba lo que me pedía a gritos, me metía en el cuarto oscuro a meter mano. A veces, a algún tío sólo, a veces a una pareja, a veces a varios a la vez...
Buscaba buenos culos. Pantalones ajustados que deleitaran con sus formas, los sentidos del tacto de mis manos. Fue en este cuarto oscuro donde me besé por primera vez con un tío. Fue una sensación extraña. Y hoy en día, continúa siéndolo. A veces me gusta y otras lo evito. Para besos, sigo prefiriendo cómo besan las mujeres.
Sentado allí, se me acercaban tíos de toda clase. No soy ningún borde, así que -me gustaran o no- les daba conversación educadamente. Yo era muy tímido, estaba acojonado, y o bien tomaban ellos la iniciativa o yo no haría nada.
Recuerdo una vez que se sentó a mi lado un tío grande, muy fuerte y musculado. Había un montón de sitios y se quedó justo al lado mío. Me lo miraba de reojo y flipaba. Me decía "Diosss, qué animal de hombre". Me pidió fuego, le miré a los ojos, se encendió el cigarro y acto seguido y sin mediar palabra, puso su mano en mi paquete. Pasaron pocos segundos cuando me cogió la mano y me llevó al cuarto oscuro. Tenía un cuerpo impresionante, como el de la foto del tanga de unos artículos anteriores.
Era como si al haberme visto, se le hubiera iluminado una lucecita que le dijo" yo sé lo que este chico quiere, y se lo voy a dar". Gracias lucecita!!!
El caso es que fui acudiendo a Martin's regularmente. No cada fin de semana, al contrario, muy de vez en cuando. En los días en que a mi cuerpo le apetecía más sexo homosexual, que heterosexual. Y siempre repetía la misma adorada rutina.
Beber, mirar, tocar.

jueves, noviembre 02, 2006

Los inicios. 3ª parte.

Me hubiera encantado perder la virginidad con una chica por la que sintiera algo. Una chica de la que estuviera enamorado. Y que fuera algo especial. Pero mis instintos me llevaron lejos de eso. Mi primera incrusión real en el mundo del ambiente fue ridícula. Estaba decidido a actuar, no podía aguantar más, me hacía sentir mal. Ya tuve bastante represión en el colegio de curas y tenía que rebelarme contra eso de la manera que fuese. Escogí la frase aquella que dice que hay que darle al cuerpo lo que pide.
Y después de alimentar brutalmente mi vista, mi imaginación, pero sobretodo, mi fantasía con las miles de fotos que me bajaba de internet, con la contemplación de vídeos porno gay, decidí que estaba preparado para ir a un lugar donde hubiera gente que tuviera inclinaciones sexuales parecidas a las mías.
Nadie de mi entorno las tenía. No podía compartir mis inquietudes con ninguno de mis amigos y eso no es nada bueno. Te produce soledad y un sentimiento de bicho raro que no se lo deseo a nadie. Aún así, suerte tengo que soy una persona de lo más alegre.
Hay que echarle valor para acudir sólo a un sitio, un mundo en realidad, que desconoces por completo. Más aún cuando eres un chico tímido. Pero hay algo contra lo que no puedes luchar: los instintos.
Fue un viernes por la tarde cuando entré en un local en la diagonal. Era el único que conocía. Lo había visto anunciado en alguna parte. Creo que era el "New Chaps". Bajé unas escaleras y me encontré con una pista redonda y una barra en un lateral. En ella había un cliente que ni me miró. Al fondo, un cuarto oscuro. Me paseé por el local poco más de 2 minutos y me largué. Fue una dececpción. No he vuelto nunca más.
Un día leyendo una revista de contactos encontré un anuncio de un travesti que quería contactar con algún tío. Marqué su teléfono y contra lo que esperaba, no sólo me contestó sino que me invitó a su piso.
Los travestis me gustan porque tienen culos firmes y respingones, pero también porque además parecen chicas. Cuando me abrió la puerta, descubrí un rostro joven pero demacrado. Feo, muy feo de hecho. Mulato/a. Estaba claro que la cirugía facial no consiguió feminizar su rostro. Aún así, tenía un buen cuerpo. Abrumado por la testosterona que fui acumulando durante tiempo, hice lo que había ido a hacer. No dejé que me penetrara, fue lo primero que sugirió. A mi me gustaban los traseros, no que jugaran con el mío. Así que a los 19 años, perdí la virginidad con un travesti. Nunca más lo volví a ver. Una historia muy distante a cuanto había deseado, imaginado y querido para mi.

Como decía al principio, siempre había imaginado estrenarme haciendo el amor a una chica de quien estuviera enamorado y, por contra, practiqué el sexo anal con un travesti que, para más inri, ni tan siquiera me gustaba.
Me sentí sucio cuando entré en el local de la diagonal, y mucho más sucio cuando terminé el acto con la travesti. Pronto entendería que el sentirse sucio era una arma de doble filo.

miércoles, noviembre 01, 2006

Paréntesis

Muchos se pueden preguntar el porqué este chico escribe "su historial" y porque pretende contar las experiencias sexuales que tendrá a partir de ahora.
Sólo existe una razón. A través del anonimato de internet puedo explicar lo que NUNCA he contado a NADIE. Para mi es una manera de quitarme de encima un peso importante. Estas cosas no se pueden contar así como así. Mucha gente no lo entendería. Y mucho menos mis amigos y familiares. Y tampoco quiero hacerlo. Pero si me lee gente, será como contarlo a grito pelado y sacarlo de mis entrañas. Me gusta compartir las cosas, aunque reconozco que compartir esto es un poco extraño. Por no decir, fuerte.
En cualquier caso, y antes de terminar este paréntesis, tengo que aclarar que las experiencias que vaya a contar a partir de este momento, no incluirán nombres propios por respeto. Que eso sí que lo tengo. Respeto por muchas cosas, y en este caso que me ocupa, a la privacidad de las personas.

Los inicios. 2ª parte.

Las experiencias sensitivas se fueron repitiendo en el colegio. La verdad es que me encantaba ir. Tenía una lista creada con los tíos que más me gustaban. Y, en casa, solía masturbarme pensando cómo les metía mano a esos ricos culos respingones, y cómo me los follaba. A menudo, en ese imaginario, me imaginaba en una cama con varios de ellos a la vez. Es un buen momento para admitir que era lo único de ellos que me interesaba, porque las pollas ni me gustaban ni me decían nada de nada. Tan sólo una vez me sorprendí imaginando cómo le cogía y chupaba el paquete a uno de los de mi lista cuyo cuerpo era francamente atlético y que siempre iba marcando un paquete francamente grueso. Mi imaginación y fantasías iban creciendo espectacularmente...
No sería hasta los 19 años que la cosa tomó otro rumbo. Iba por la Rambla de Canaletes cuando la visión de una portada de la revista Mensual me dejó paralizado. Lo recuerdo perfectamente. El corazón se me aceleró brutalmente mirándola. Era un tio desnudo de espaldas. Me costó más de media hora comprar la revista, esperando el momento adecuado que no hubiera nadie que puediera ver lo que iba a hacer. Me temblaron las manos cuando pagué. Aún no se había normalizado del modo en que lo está hoy en día, que parece que sea una moda, el ser gay. Insisto en que soy bisexual, pero a los ojos de los demás, comprar una revista gay, te hace parecer serlo. Pero pronto empezaron a ponerse de moda ciertas frases. "¿Entiendes?" "Salir del armario", etc. Y rápidamente también se puso de moda salir de él y empezar a descubrir la cantidad de personas no-heterosexuales que había. La compra de revistas se convirtió en algo frecuente. Para mi, era la única manera de ver a tíos en pelotas. Mejor dicho, de ver culazos masculinos. Sabía que iban a llegar más cosas...
Primero, el alquiler de películas en los primeros videoclubs de 24h. Gracias al anonimato de las tarjetas podías alquilarlas sin ser repasado por un/una dependiente/a. Pero pronto se acababa la lista de películas gay y/o bisexual, y el animal que uno lleva dentro quería más. ¡¡Mucho más!!Así que el siguiente paso fue acudir a videoclubs totalmente gays. En aquellos días tan sólo existían en Barcelona la Sestienda y Zeus. Sexshops con videoclub. Se me ponía dura sólo de pensar en que iba. La verdad es que era emocionante transgredir con lo establecido y meterse en estos sitios tan... ¿cómo lo diría? ¿Tétricos? ¿Decadentes? ¿Oscuros? Era morboso. Casi al mismo tiempo llegaba Internet. Es decir, se empezaba a normalizar. Primero en el trabajo, luego en casa. Y yo ya podía navegar -con mucho cuidado- buscando fotos de culos, de folladas, de todo tipo de cosas gays o bisexuales que me ponían supercachondo. Junto a esto, las películas que iba alquilando. Sabía que era cuestión de tiempo que mi cuerpo pidiera a gritos entrar en acción...